domingo, 29 de septiembre de 2013

Retorno a la luz interior II

"Conozco el calor que no se olvida
cuando se tuvo en brazos
un niño dormido
o un hombre despierto."



Parcela de mundo vista desde mi terraza (Fotografía:  Rafa él)


Doy por concluida la temporada de veladas en mi pequeña terraza con vistas al mundo, porque desde mi terraza veo un mundo que sobrecoge con su amplia gama de contrarios: cantos de pájaros y tubos de escape generadores de ruidos infames, jóvenes con mochila y jubilados que transitan su camino diario de direcciones opuestas, ventanas abiertas, ventanas cerradas, nidos de golondrinas y camiones de basura, amaneceres de postal y lunas dignas de poetas enfebrecidos...

Desde mi privilegiado mirador he sido testigo, de este a oeste, de un ciclo solar completo, desde las ramas desnudas reflejadas en los charcos sucios de la ciudad, a la nieve en las cumbres de montañas cercanas; desde los árboles periódicamente cubiertos de vida, hasta el verano de risas y zambullidas en el agua, tan recientes, que todavía resuenan en mis oídos... Ahora, es tiempo de que el reloj regrese a mi muñeca, de horarios superpuestos en el tablón de corcho, marcando mis días, negociando nuevos ritmos. También es el momento de regresar a la luz interior, la que brilla con fuerza cuando todo se vuelve hostil, la luz que ejerce un efecto llamada de viejo calor conocido, generador, ese que te cobija aunque no lo necesites. Para el necesario tengo una manta naranja, algunos brazos y mi capa de escepticismo que, como cada otoño, comienza a engrosarse. De otra manera ¿soportaría el invierno?