James Matthew Barrie
Observo con verdadero entusiasmo cómo uno de mis alumnos lleva un tiempo más aplicado y responsable. Mis alumnos, -ya lo he comentado en alguna ocasión- pertenecen a ese grupo que en el mundo de la enseñanza denominamos "des", es decir, alumnos que presentan dificultades en el aprendizaje por pertenecer a entornos sociales y culturales desfavorecidos. Como consecuencia de esta situación, los padres dan muestras de unas bajísimas expectativas hacia el aprendizaje de sus hijos, lo que se traduce en un escaso seguimiento e implicación en las tareas escolares, además, son pocos los que asisten a tutorías y es muy difícil conseguir que participen en su formación desde casa, tratando de inculcar el hábito regular del estudio o de la lectura.
Por eso la actitud de Diego me llena de satisfacción y refuerza mi autoestima profesional. Se agradece poder comprobar, aunque solo sea de vez en cuando, que las diversas herramientas utilizadas desde el inicio de curso son acertadas y no dudo en utilizar la aparente conversión del chico para exponerlo como modelo ante sus compañeros y compañeras.
- Estupendo Diego, has resuelto muy bien el problema, se ve que lo has trabajado en casa. Ya dije que confiaba en ti.
- Es que me ha dicho mi "papa" que si no le llevo malas notas me va a regalar un gallo de pelea.
- Pero... eso...¿no es ilegal? -es lo primero que alcanzo a decir en medio de mi desconcierto-.
Le digo adiós a la efímera y engañosa sensación de éxito, sin apenas saborearla, mientras pienso en tantos y tantos refuerzos, reflexiones compartidas y también regañinas y castigos; cientos y cientos de horas dedicadas a cursos de formación en nuevas tecnologías, técnicas de trabajo intelectual y lectura eficiente, motivación, competencias básicas, mediación en conflictos, convivencia y educación en valores...
- No lo sé "seño", de momento me lo están entrenando.
¡Un gallo de pelea!... ¿Cómo no se me había ocurrido?