"Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir".
José Saramago
Difíciles tiempos para casi todo, en los que comenzamos a asumir con una docilidad inexcusable planteamientos que hasta hace poco nos parecían impensables: Democracia en época de rebajas, recortes y saldos. Probablemente veremos muchos de nuestros derechos convertirse en borrosos recuerdos y algunas leyes, como la Ley de la Memoria Histórica, yacer olvidada a la orilla de alguna cuneta.
Mi padre tiene Alzheimer y una considerable Memoria Histórica, tantas veces contada de forma concienzuda y cansina, que no sabría decir si forma parte de mi memoria o de mi ADN, ya que en casa era tan habitual escuchar cuentos tradicionales como historias de la guerra, al calor del hogar, con leche templada y las ventanas bien cerradas. Ahora comprendo que lo que pretendía era rescatar aquellas historias del pozo profundo y ciego del olvido y al mismo tiempo, tratar de rozar apenas con el dedo índice ese don negado a los humanos, el de la inmortalidad.
En un acto de responsabilidad contraída nos contaba sus años de estudiante aplicado en la Escuela de Artes y Oficios y de militancia precoz en las Juventudes Socialistas Unificadas, el estallido de la guerra, el atroz bombardeo en su ciudad; días de ir y venir desde las trincheras en las que era tan útil la comida que llevaba como los mensajes que las familias enviaban a los milicianos. Después, los años en la cárcel; hambre, frío y la sombra de la muerte siguiendo cada uno de sus pasos, de sus pensamientos, a la edad en la que nuestros jóvenes van al instituto con grandes mochilas, pantalones caídos y móviles de 200 euros en el bolsillo.
Tuvo su pequeña compensación a la perseverancia inalterable de creyente sin fe, su necesario homenaje -pasados los 80 años- por mantener viva la memoria que se hace Historia y ésta, nos pertenece a todos.
Poco después llegó otra forma de olvido, implacable, a pequeños, a grandes pasos, también cruel y despiadada. A pesar de ello, aún hoy da muestras de resistencia a la Memoria esquiva, y con sonrisa del adolescente que casi no fue, nos repite la broma que sus compañeros le dedicaban cuando, con el signo de la victoria en los dedos de la mano y haciendo un fácil juego de palabras con su nombre, le gritaban:
- Wence: ¡Venceremos!
Wenceslao, fotografiado por Utopazzo.