miércoles, 9 de febrero de 2011

Subterfugio V: Las azaleas.

"Soy un libro de nieve,
una espaciosa mano, una pradera,
un círculo que espera,
pertenezco a la tierra y a su invierno."

Pablo Neruda



Abrió los ojos unos instantes antes de que sonara el despertador. La había vuelto a visitar aquel sueño pero por primera vez no la invadió el habitual desasosiego, sino una sensación de felicidad y calma indescriptibles, porque por fin supo lo que debía de hacer con él.

Desde hacía más de veinte años soñaba que un amor de juventud le regalaba una maceta con unas espléndidas azaleas que ella tomaba entre sus manos inexpertas, con cuidado y gratitud y las dejaba olvidadas en algún lugar; de repente descubría que había transcurrido mucho, mucho tiempo, comenzando una búsqueda llena de angustia hasta que las encontraba marchitas, secas y la invadían la desolación y la culpa por no haber sido capaz de mantenerlas vivas.

Como cada mañana tomó un cacao caliente mientras veía las noticias en el televisor de la cocina; sonreía pensando que si su amiga Marta la pudiera ver le dedicaría una cariñosa regañina: "¿Cómo se te ocurre castigarte desde tan temprano?" y le recomendaba un larga lista de canales de TV y emisoras de radio que tendrían un efecto tonificante sobre su maltrecho estado de ánimo. Mil veces le había dado las gracias pero no podía dejar a un lado este hábito, para ella, asomarse al mundo nada más poner un pie en el suelo, era una especie de compromiso moral ineludible. Mientras bebía a sorbitos para no quemarse pensaba en lo difíciles y extraños que habían sido los últimos años, quizá toda su vida, también simple aunque se encargó de disfrazarla de sencillez y aburrida, poniendo como excusa la necesaria rutina familiar, ahora le resultaba insoportable al descubrir que disponía de tiempo no ocupado por los demás, sobre todo, desde que sus hijos habían crecido y eran casi independientes

Conoció a Marta diez años atrás en uno de sus numerosos trabajos y la dejó convertirse en su amiga, guía espiritual y animadora ya que era una fuente inagotable de energía y tenía por objetivo hacer felices a los demás. Juntas habían pasado por todos sus malos momentos buscando soluciones en cursos de cocina creativa, Tai Chi, "Raquel & Raquel estilistas" y las inenarrables sesiones de los viernes por la tarde en el Spá del barrio. No sabía cómo decirle que todo aquello no le aportaba nada más que el placer de su compañía y algunas risas.

En el trayecto en autobús hacia el almacén donde trabajaba planificó cómo pondría en práctica su sueño, no sería una tarea fácil, eran imprescindibles una gran capacidad de trabajo y perseverancia, pero nadie que la conociera cuestionaría que contaba con ambas cualidades. Aunque estaba impaciente esperaría al fin de semana, acostumbrada a demorar al máximo cualquier pequeña recompensa no le costaría mucho y además tendría tiempo para preparar lo necesario.

El sábado despertó al amanecer y subió a la terraza cerrada a cal y canto desde el verano. La encontró cubierta por hojas secas y plumas de ave, decorada con algunos tiestos rotos y el palo de una fregona tirado en el suelo. El cielo de invierno gris y plomizo no hacía otra cosa que invitarla a no demorarse si quería tenerlo todo listo para primavera. Cerró un momento los ojos antes de iniciar su labor tratando de imaginar la distribución idónea, por supuesto los geranios los pondría en la parte más soleada, junto al rosal...percibió el paso de los días dejándose acariciar por un sol suave que debía pertenecer a marzo y que calentaba tibiamente los primeros brotes de las plantas; sintió la humedad de la lluvia de abril sobre las hojas de la chamadorea y la hiedra, el olor del mantillo nuevo, mojado. Contuvo la respiración, si aguantaba apenas unos instantes podría escuchar el leve chasquido de los capullos de las azaleas al abrirse y sintió vértigo y comprendió que los sueños, la tierra y ella misma estaban hechos de la misma materia.