domingo, 18 de julio de 2010

La indiferencia



La ignorancia y la indiferencia son dos males que dañan el alma de las personas y por tanto a la sociedad. Decidir qué es peor sirve de poco, quizá, en el caso de la ignorancia podamos buscarnos una excusa, echando balones fuera; los planes educativos que no funcionan, no poner en valor el esfuerzo, la escasa divulgación de la cultura y el arte en los medios de comunicación... En el caso de la indiferencia, la responsabilidad recae en la conciencia individual de cada uno de nosotros. Ser indiferente ante el dolor o la injusticia es algo que simplemente no nos deberíamos permitir y aún, no siendo indiferentes, tendríamos que plantearnos tomar una actitud más activa y comprometida ante la indiferencia de los otros.


"No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves

no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un lugar tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo

y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas

entonces
no te quedes conmigo."

Mario Benedetti.

miércoles, 14 de julio de 2010

Tener un hijo.

Tener un hijo es el suceso más trascendente en la vida de todo ser humano. Cuando nace, incluso antes, sientes una ola enorme de amor que se va acercando poco a poco hasta que entra en ti y te llena, te inunda... y de tan inmensa no la puedes contener y comienzas a rebosar amor y ternura, sonrisas, leche y lágrimas.
Siempre se habla del sacrificio y la entrega de una madre, de un padre, y es cierto, pero quizá no pensamos tanto en lo que recibimos. Recibimos la felicidad más absoluta, el amor más natural y auténtico, la ilusión renovada cada día. Tenemos la oportunidad de volver a la infancia desde la madurez y la perspectiva de los años, desde la objetividad que le añade el valor del análisis y la reflexión. De esta manera volvemos a disfrutar de las horas "perdidas" en el parque, del barro, las piedras. Recuperamos la capacidad para jugar, de descubrir lo ya mil y una veces descubierto; releemos los cuentos, que ya no son los mismos porque nuestra visión de las cosas ha cambiado y encontramos en ellos juicios, convenciones, lugares comunes... pero da igual porque sabes que el efecto que causa en tu hijo es el mismo que causó en ti hace muchos, muchos años...Tener un hijo te enseña, cada día, que los demás también tienen hijos, o que al menos son hijos, y ésto te acerca un poco más a la humanidad.





martes, 13 de julio de 2010

Equivocarse





"Niños jugando a las bolas"

Antonio López










Los niños aprenden de forma constante y natural, equivocándose. No existe otra manera de hacerlo, especialmente si aprenden por ellos mismos, experimentando, ensayando, manipulando... Para ellos equivocarse forma parte de sus vidas, como el juego. Sin embargo cuando crecemos no aceptamos de buen grado el error. Está lleno de connotaciones negativas que hemos ido acumulando a lo largo de los años y después de oír hasta hartarnos, ésto no se hace así, te vas a caer, te vas a equivocar. Puede darse el caso de que ante el miedo a "meter la pata" prefiramos no actuar y quedarnos pasivos, inertes y absolutamente frustrados. Es necesario huir de esta situación y valorar la importancia constructiva del error que nos permite revisar las propias equivocaciones para poder aprender de ellas.
Descartes, desde el racionalismo, decía en su célebre cita :"Pienso, luego existo". Un empirista como Hume diría: "Siento, luego existo"...
Yo propongo que digamos, si alguna vez nos ocurriera: "Me equivoco, luego existo".


miércoles, 7 de julio de 2010

Melocotones y "dolce far niente".

Estos dos "conceptos" los asocio inevitablemente al verano, pero no a cualquier verano, sino a aquellos veranos que se hacen inolvidables por sus experiencias y, sobre todo, por sus sensaciones.
El verano es la estación del año que más disfruto, con la que más me identifico. Es la estación en la que esperamos que todo suceda, aunque en la mayoría de las ocasiones nuestras expectativas son demasiado elevadas. No hay que esperar tanto; lo que hay que hacer es experimentar y sentir, ahora que tenemos algo más de tiempo para nosotros y la complicidad del calor agudizando los sentidos.
Quizá el melocotón sea la fruta que mejor representa al verano porque la puedes disfrutar desde casi todos los sentidos. A su color, delicioso sabor e intensa fragancia, le puedes añadir la suavidad aterciopelada que se experimenta al tacto.
Otra de las maravillas que sólo me permito en verano es el "dolce far niente", el resto del año es imposible, sólo con pensarlo me pesa en la conciencia. Ahora sí, basta con unos minutos para que sea un momento absolutamente reparador. No es como la siesta; en la siesta haces algo más o menos necesario: dormir. Lo otro es el abandono, es tratar de no pensar, es tumbarte en la cama y concentrarte en el movimiento suave e irregular de una cortina, en las oscilaciones del ventilador... es observar un rayo de luz que entra por la persiana y se refleja en la pared, haciendo visible durante unos segundos una mota de polvo como si se tratase de un cuerpo celeste, en el espacio, que poco después desaparece para siempre. Entonces pienso en la gran cantidad de cosas, personas, que existen y que no vemos porque no hay un rayo de sol para ellas. Pero esto no vale, esto ya es pensar. Ahora atrae mi atención el sonido de las cigarras que cantan al calor y se atreven a habitar los árboles de las ciudades.
¡Ana! Aparece una voz que me requiere y arranca de mi abstracción. Casi siempre es mi propia voz que me recuerda que tengo que volver a hacer, que volver a pensar... hasta que logre encontrar otro momento, tal vez mañana.