domingo, 26 de diciembre de 2010

¡Felices Horas!

Por mucho que nos empeñemos la Navidad difícilmente nos deja indiferentes por diversos motivos, cada uno encontrará el suyo: Hay quienes la detestan, otros la esquivan tratando de esquivar a su vez la tristeza que les provoca y algunos son capaces de vivirla con la incombustible ilusión propia de la infancia.

En estos días tomados por luces de artificio y por la invitación al consumo atroz creado para tentarnos y atraernos como un imán, es necesario observar justo debajo del destello luminoso que nos distrae y ahí encontraremos la posibilidad o el pretexto para el encuentro, la posibilidad o el pretexto para mirarnos, para elegir aquello que guardaremos siempre, quizá después de un necesario y doloroso descarte.

Desear la felicidad para un año entero es tal vez demasiado; sabemos que un año es un continente inmenso y en él tendrá cabida todo, lo más deseado y aquello que nunca elegiríamos pero que deberemos afrontar llegado el momento. Prefiero felicitar los días, mejor las horas. Recuerdo un tiempo en el que acudía a correr a una pista de atletismo; el primer día me propuse dar cinco vueltas seguidas, lo que resultó imposible... al día siguiente pensé que solamente daría una vuelta y la dí. Al llegar al punto de partida comprendí que sería capaz de dar otra vuelta, una sola...así complete las cinco sin apenas cansarme.

Os propongo que vivamos, que disfrutemos plenamente las horas; las del esfuerzo y la responsabilidad que supone el trabajo, las tristes horas de soledad o desencuentro, las que nos enriquecen a partir del descubrimiento y la reflexión ... las horas dedicadas al amor.



¡Felices horas!





"The Hours" 2002 de Stephen Daldry




martes, 14 de diciembre de 2010

Una nube negra

"Cuando siento piedad por sentir lo que siento,
cuando no sopla el viento en ninguna ciudad,
cuando ya no se ama ni lo que se celebra,
cuando la nube negra se instala en mi cama."

Luis García Montero


Aún faltan unos días para el comienzo del invierno y sin embargo hace varias semanas que se ha instalado en mis días y en mis noches. No me gusta el invierno pero acepto respetuosa su presencia porque sé que es tan necesario como una medicina amarga, como una regañina merecida, como el tiempo de la soledad... cuando pasa, con suerte, sales reforzada, si acaso un poco más sabia.

Las circunstancias propias y ajenas convierten esta tarde en tarde de invierno y ante la multitud de cosas que debo hacer decido salir sin mi hijo. Ésto no ocurre casi nunca, salvo cuando voy al trabajo es habitual que me acompañe a cualquier lugar y si como hoy me veo obligada a dejarlo en casa, con frecuencia me sobresalto al no sentir su mano en la mía y mi paso adaptado al ritmo de su paso.

Mientras camino me miro fugazmente en los espejos de un comercio y advierto que he dejado olvidada mi mejor sonrisa.

-¡Ana!

En unas décimas de segundo me reconozco en ese nombre; giro tratando de identificar la voz que lo emite y... en efecto, pertenece a una antigua compañera de trabajo que hacía varios años que no veía y ante su clara mirada disimulo torpemente mi asombro. El cambio físico que ha experimentado no se corresponde con el tiempo transcurrido desde nuestro último encuentro: Su rostro triste y envejecido, los ojos hundidos, el nerviosismo de sus manos mientras me cuenta, me cuenta... En pocas frases sintonizo y comprendo el por qué de su metamorfosis. Me relata una historia de desamor, infidelidad, juicios por custodias y bienes perdidos, depresión... Intento darle ánimos consciente de mi escasa convicción, todavía desconcertada y busco, pienso en algo que le pueda ser de utilidad; recuperar aficiones abandonadas, viajes, en que con el tiempo y cuando sus hijos crezcan seguro que los recupera, que lo de la casa es lo de menos: "Así no te pasas el día limpiando"-le digo-. Cuando nos despedimos siento no haber estado acertada y recuerdo que ni tan siquiera tengo su teléfono.

Las luces navideñas que decoran las calles invitan a que la tarde discurra sin dudas ni tristeza pero yo prosigo acompañada por una nube negra y una sensación de frío distinto al de antes, ya que éste surge desde el interior y no se quita por mucho que acelere el paso o ajuste el cinturón del abrigo a mi cintura. El reciente encuentro me hace pensar cómo la vida puede cambiar de una manera drástica e inesperada y me planteo si habré recorrido ya la parte más dulce y hermosa de mi camino, especialmente los últimos años de una felicidad difícil de abarcar con sólo dos brazos; intuyo un horizonte marcado por las pérdidas y lo único que deseo es volver a casa.

Salgo del ascensor y antes de abrir me detengo un momento junto a la puerta. Poco a poco llega hasta mí el eco de los dibujos animados del televisor, el discurso lleno de exclamaciones e interrogantes de mi hijo y las pacientes respuestas de su padre. La luz del interior se cuela por debajo de la puerta a la vez que un calor conocido envuelve mis tobillos, dándome la bienvenida... en el preciso momento en que introduzco la llave en la cerradura compruebo, serena, que he recuperado la sonrisa.





"La llegada". Cristóbal Toral








sábado, 27 de noviembre de 2010

El regalo




Pablo y yo tenemos una caja especial, la "Caja de las Palabras". En ella cada noche, antes de dormir, guardamos una palabra, pero no una palabra cualquiera, debe ser la más significativa del día, aquella que por algún motivo nos ha dejado una huella un poco más profunda que las demás y la creemos merecedora de ser guardada con mimo. Para mí este juego es un recurso útil que facilita a mi hijo asociar palabras con sentimientos o experiencias, también le ayuda a resumir lo acontecido durante el día a la vez que amplía su vocabulario; para Pablo es un juego divertido que le conduce al siempre esquivo y prorrogable mundo del sueño.

Ayer comenzamos nuestro juego como cada noche, tumbados en la cama muy juntos, todo lo juntos que nos es posible y con nuestra correspondiente cajita sujeta con sumo cuidado, porque aunque invisible, también es valiosa y delicada, como todo lo que contiene algo precioso.

-¿Piensa un poco y dime qué palabra guardamos hoy? -le pregunto bajito-.

-Tú.

Sorprendida y emocionada me recreo en su palabra, en su sonrisa satisfecha porque sabe que lo que acaba de decir me gusta, en el inocente gesto de tapar la caja y depositarla sobre la mesita de noche, junto a la lámpara que ilumina suavemente este instante... Me mira, se impacienta.

-Te toca a ti, vamos, ¿cual es tuya?

-Regalo. La mía es regalo.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Subterfugio IV: La niebla

"Es el amor, tendré que esconderme o huir".
J.L. Borges


Viajaba en autobús hacia mi primer destino como maestra en un colegio de Úbeda. Miraba por la ventanilla el paisaje sin apreciarlo como sin duda se merecía, demasiado concentrada en el futuro que me esperaba al cabo de una hora. Aunque mi primera idea era quedarme a vivir en la ciudad cambié de opinión en cuanto llegué, una compañera se desplazaba a diario desde Jaén y me propuso que viajara con ella; tenía que esperarla una hora todos los días ya que impartía clases en Secundaria pero me pareció estupendo, así contaba con un tiempo extra para organizar mi trabajo de principianta.

El primer mes se escapó sin darme cuenta del tiempo transcurrido ni del maravilloso lugar en el que me encontraba así que, como mi trabajo lo realizaba cada vez con mayor rapidez, decidí explorar la ciudad. Al principio recorría las calles más cercanas y comerciales que a aquella hora del día y con el recién estrenado otoño se encontraban casi desiertas, pero con el paso de los días el interés por conocer los edificios, plazas e iglesias de Úbeda fue creciendo y debo confesar, que en ocasiones, miraba el reloj tan impaciente como mis propios alumnos, esperando escuchar la sirena que me dejara escapar hacia un nuevo descubrimiento.

Normalmente en mis paseos me orientaba sin dificultad, utilizando como referencia las torres de las iglesias o la esquina de alguna plaza, pero aquel día me perdí. Después de dar algunas vueltas de más encontré una puerta, la Puerta del Losal y salí al otro lado, a la muralla que circunda parte de la ciudad y al paisaje. Recorrí aquel espacio sin apartar la vista del impresionante valle; el tenue sol amarillo que lo iluminaba no hacía otra cosa que resaltar su belleza sin artificios, con una precisa y sutil fusión de colores diluidos por la bruma. Era tan leve y delicado que hubiera podido elevarse si la presencia sólida y azul de las montañas no lo anclaran firmemente al suelo. Al mismo tiempo percibía el olor a tierra que descansa satisfecha después de haber sido trabajada y a humo de chimenea, lo que hizo que la sensación de frío fuera aún más intensa, al evocarme una cálida escena hogareña. El sonido de la campana de una iglesia próxima me acompañaba en mi feliz ascenso hacia el punto de encuentro con mi compañera.

El invierno se instaló unas semanas antes de la fecha indicada en el calendario colgado en la pared de mi clase, rodeado de dibujos infantiles. Los días de menos lluvia, me aventuraba y corría hacia el mirador donde la niebla desvelaba parte del paisaje, como piezas de un puzzle, que yo completaba fácilmente porque ya formaba parte de mi memoria.

El último día antes de las vacaciones de Navidad, quise despedirme de "mi lugar". Estaba nublado y hacía un frío considerable pero sin apenas pensarlo ya me encontraba en la calle Baja del Salvador en dirección...a la niebla. Lo que percibían mis ojos no podía ser real, el valle había desaparecido tras una gran pared blanca y compacta que parecía contenerse ante la presencia del insignificante muro que rodeaba el mirador. Me acerqué lentamente sin decidirme a tocarla y sentí miedo y una irresistible atracción por asomarme, por mirar al otro lado, mirar...

En demasiadas ocasiones nos quedamos al borde de un proyecto, de una ilusión, de una locura, de un amor... Valoramos las consecuencias y no actuamos, siendo ésta, la peor consecuencia.

La campana de una iglesia cercana me acompaña en mi camino de regreso cubierto de lluvia que descubro en el brillo de las piedras del suelo, no en mi pelo, ni en mi cara. La niebla asciende siguiendo mis huellas, aunque hoy no me alcance sé que lo conseguirá en otras ocasiones, pero decido no volver atrás.



lunes, 1 de noviembre de 2010

"Jalogüín"

Hace un par de días, mientras mi hijo veía los dibujos animados de siempre en versión "Haloween" le pregunté por el significado del término:

-¡Claro que lo sé mamá, Haloween es la fiesta del miedo!

En los últimos años nos hemos ido familiarizando con el vocablo y su significado. En los colegios es habitual que se celebre este acontecimiento ya que forma parte de los contenidos de la lengua inglesa y los niños lo aceptan con agrado, por motivos evidentes . Esta mañana, escuché en la radio a una abuelita de una población castellana que decía encantada que en su casa ya no celebraban los Santos, preferían celebrar "jalogüín", por los nietos.

Personalmente tengo que decir que no celebro ninguna de las dos versiones de esta fiesta, a excepción de alguna tradición gastronómica demasiado deliciosa como para pasar por alto. Soy consciente de que cada cultura es fruto de la fusión de otras culturas y cada lengua el proceso de la evolución -y también de la imposición- de otras lenguas dominantes, lo que me cuesta entender es por qué acogemos con los brazos abiertos la lengua e incluso las tradiciones de otras culturas -a veces tan diferentes a la nuestra- y no somos capaces de aceptar la maravillosa variedad que habita en nuestra querida Iberia.

En uno de los colegios por los que he pasado me encontré con un caso que me pareció, cuanto menos, contradictorio. Un compañero llamaba Gema a una monitora catalana (Gemma para los demás) porque "en España se pronuncia así"; sin embargo pronunciaba en perfecto inglés los nombres de Jonathan y Jennifer, alumnos de nuestra escuela.

Las culturas deben entenderse como fuentes de conocimiento que nos permitirán comprender y valorar la que nos es propia, pero también desarrollar el sentido crítico imprescindible para tratar de modificar lo necesario. Las lenguas son un patrimonio de la humanidad, principal vehículo para conocer y compartir, para entender y expresar y no un pretexto para la confrontación; me refiero a todas las lenguas... las de más allá del Atlántico y a las del cercano y ancestral Mediterráneo.




"Arenal" Compañía Nacional de Danza. Coreografía: Nacho Duato


"Las palabras que canta la gente,

vivas palabras que entiendo,

porque todos hablamos la misma lengua."


María del Mar Bonet



domingo, 24 de octubre de 2010

El olvido

Es curiosa la forma en que afloran los recuerdos a la superficie de nuestra consciencia. Podríamos decir que son un tanto inoportunos, también caprichosos, ya que se presentan de improviso, como esos encuentros que te sorprenden y alegran el día o como visitas imprevistas que te incomodan. Suelen esconderse cuando los necesitas y por más que los busques no aparecen o aparecen en otro momento y también sucede que cuando los descubres piensas que no son lo que esperabas.

Si en parte somos el resultado de nuestros recuerdos podemos afirmar que también lo somos de nuestros olvidos. No sé si realizamos un mayor esfuerzo a la hora de invocar nuestros recuerdos o a la hora de intentar olvidarlos, pero en ocasiones, ambos esfuerzos son vanos. Puede darse el caso de que al poner tanto empeño por olvidar algo o alguien éste se convierta en el principal ocupante de nuestro pensamiento y lo recuperemos una y otra vez del cajón de la memoria. En otras ocasiones nos ponemos como meta no olvidar; si el hecho es agradable nos acompañará en nuestros momentos de soledad o tristeza, como esa manta suave y cálida que tenemos en el sofá, pero si se trata de un hecho que en su momento nos causó dolor, empeñarse en no olvidar puede dar lugar al rencor o al resentimiento.

Este verano volví a leer la biografía de Antoni Gaudí. Encuentro muchos motivos para admirarlo comenzando por su imaginación casi ilimitada, por la particular visión de la naturaleza como generadora de arte y sobre todo por su valentía. Pocos nos atrevemos a defender nuestras ideas de una manera tan enérgica y comprometida, sobre todo cuando estas ideas son innovadoras y se apartan del canon del convencionalismo que tan fácilmente nos arrastra. Gaudí creía en su obra y la convirtió en una idea tangible a base de trabajo y una inteligencia fuera de lo común; supongo que era consciente de su genialidad pero decidió llevar una vida marcada por la austeridad como única vía para poder realizar su sueño.

Durante la construcción de la magnífica Casa Milà, el arquitecto hizo inscribir en una de las columnas principales las palabras "perdona y olvida". Es conocida la profunda religiosidad de Gaudí por lo que no es extraño que decidiera diseñar la imagen de la Virgen flanqueada por dos arcángeles para la fachada de La Pedrera; el propietario de la casa rechazó la idea parece ser que por temor a que sufriera ataques violentos después de lo ocurrido durante la "Semana Trágica" en Barcelona. Otra versión, un tanto más romántica pero menos fidedigna , sugiere que el arquitecto se enamoró de la hija del propietario de la casa pero éste se opuso a la relación.

Sea cual sea el motivo que llevó a Gaudí a tallar aquellas palabras en la dura y permanente piedra, está claro lo que pretendía: precisamente, no olvidar.




Detalle de la columna principal, Casa Milà

martes, 12 de octubre de 2010

Ser de otro lugar.

Todos alguna vez, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido como advenedizos dentro de la parcela del mundo en la que nos había tocado vivir. Con el paso de los años y por esa capacidad humana tan extraordinaria nos adaptamos a toda suerte de circunstancia, y con una capacidad también muy humana pero no tan admirable simplemente nos habituamos a lo que tenemos, y a seguir hacia adelante.

Conozco personas que no se sienten del lugar dónde viven, o no se consideran representados por su imagen física, incluso tengo amigos que creen no pertenecer a su familia. A mí lo que me ha ocurrido es sentirme de otro lugar.

La primera vez que viajé a Galicia tuve esa certeza, comprendí que de alguna manera pertenecía a aquel paisaje, a sus calles, su música, sus gentes. No descubría las cosas que se presentaban ante mis ojos, más bien las reconocía sin producirme la sorprendente fascinación de encontrar algo nuevo, sino la cálida y serena emoción de reencontrarlas. Tengo la tendencia, criticada en mi entorno más íntimo, de buscarle a todo una solución racional, y a ser posible científica. Nunca se me ocurrió pensar que "en otra vida" hubiera vivido en alguna población gallega, simplemente opino que cada ser humano tiene una capacidad exclusiva para organizar los estímulos en función de multitud de variables y dotarlos de un significado particular. De esta manera me reconozco en el color de los paisajes gallegos, en el contraste entre la hierba sencilla y paciente y la arrogancia del mar, en el viento plantándonos cara para recordarnos que todo cambia y en las piedras... Me gustan los pueblos, las ciudades construidos a base de piedra, del suelo a los tejados sólo piedra, sin otra materia que las enmascare. Utilizamos frecuentemente la piedra como ejemplo para mostrar lo que no tiene vida, no puedo estar más en desacuerdo. Lo que está vivo cambia y las piedras lo hacen, cambian de color, de aspecto con el paso del tiempo; se compactan o se tornan porosas, se suavizan o se llenan de aristas, como las personas. La piedra adquiere el primer soplo de vida a través de la mano del cantero que la arranca de la montaña, se eleva con la idea del arquitecto que la sueña, nos devuelve el eco de las risas de los niños y guarda el secreto, cómplice, de las palabras de amor susurradas en alguna esquina.

En la suma de todo aquello que conforma nuestro ser la principal y más importante circunstancia son las personas que nos rodean, aunque tomando una actitud más comprometida prefiero decir las personas de las que nos rodeamos; nuestro lugar es ese, el de los afectos, aunque de vez en cuando me permito imaginar cómo sería mi vida siendo de otro lugar...


Buscaba esta canción de Loreena McKennit para completar la entrada y salió a mi encuentro este vídeo, me pareció muy adecuado a la vez que paradójico ya que canta a Santiago desde la cercana ciudad de Granada, ambas ciudades pertenecientes a culturas y paisajes diferentes pero unidas en su belleza.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Ideas de bolsillo I

Fotograma de "La lengua de las mariposas", de José Luis Cuerda

Desde hace unos años alguien, con mucho criterio dentro de la administración educativa ,tuvo la feliz idea de cambiar el día del Maestro por el día del Docente. En el primer trimestre ya había demasiados días festivos y parecía más práctico unirlo al de Andalucía y tener así un magnífico puente. De ésta manera, lo que se ha conseguido es desprenderlo de su significado y del poco o mucho valor que tenía; podría utilizarse como un día para la reflexión y el análisis, también para el encuentro con los padres y el resto de la sociedad. Supongo que da igual cuándo se celebre...lo importante es que se celebre: Organizamos actividades interesantísimas para conmemorar días de la Paz y la no Violencia, contra la Violencia de Género , Constitución, Andalucía...y no se nos ocurre celebrar el día de los maestros como una fiesta para todos, dentro de la escuela, convirtiéndolo en una oportunidad para conocer y entender. En fin, precisamente, no lo entiendo.

Ayer se celebró el día Mundial del Docente, aunque yo me he enterado hace un rato.¡ Felicidades!

domingo, 3 de octubre de 2010

La memoria de mi madre.

La tan mal traída y llevada Memoria Histórica, es una sucesión de desatinos, agravios e impunidad y sobre todo, de intentos de olvido. La memoria falla y se debilita con el paso de los años, yo misma, tratando de recordar la memoria histórica de mi familia, compruebo cómo las palabras tantas veces repetidas se confunden y las imágenes aparecen cada vez más desdibujadas, de manera que me sorprendo completando los trozos que faltan con retales de mi imaginación y con una considerable carga de subjetividad.

Mi madre acababa de cumplir 10 años cuando estalló la guerra; siempre que la recuerda y relata me doy cuenta de que lo hace como si continuara teniendo los mismos pocos años, pareciendo un hecho extraordinario y fantástico, como si se tratase de la primera película de ciencia ficción que quedara impresa en su retina. El bombardeo de Jaén en el año 37 sorprendió a mi madre en el campo, donde robaba manzanas con sus hermanos gemelos, algo mayores que ella. Desde lejos vieron los aviones de la Legión Cóndor con auténtica fascinación, mientras se acercaban a la ciudad. Cuando llegaron comprobaron cómo puede cambiar la vida en apenas unos minutos: Edificios derrumbados, humo, gritos, heridos y cadáveres. Recuerda los cables de la luz en el suelo agitándose como rabos de lagartijas, las madres buscando nerviosas a sus seres queridos pero con la luz de la esperanza bien sujeta, dispuestas a no soltarla hasta el último momento; se recrea al describir el espanto de la gente al descubrir las trenzas de una niña colgadas en el tendido eléctrico...El bombardeo sobre la población civil en Jaén fue casi tan terrible como el de Guernica, aunque no tenga un cuadro.

A partir de aquel día se colocaron baterías antiaéreas y construyeron refugios en diversos puntos de la ciudad herida. Cuando existía alguna amenaza, el aullido de las sirenas hacía correr a las gentes en distintas direcciones intentando ponerse a salvo, con las imágenes del horror reciente otra vez vivas en su memoria. Mi madre escapaba del sótano donde se refugiaba su familia porque pensaba que si algo pasaba, allí no tendría escapatoria; prefería agazaparse en el umbral de la puerta buscando en el cielo algún avión, como una heroína inconsciente.

Poco más recuerda de la guerra, pero sí de lo que ocurrió después...mucha pobreza y sobre todo vergüenza sintió mi madre. Vergüenza de que la señalaran y marginaran por haberse casado con un rojo, represaliado para más inri. De tanto oírlo terminó por creer lo que querían que creyera y trató de sumir a su familia en un silencio visceral, como todo lo que hace mi madre. Cerrar ventanas y subir el volumen de la radio o televisión cuando se hablaba de algún tema "comprometido", era un hecho tan cotidiano como pelar patatas y que ha mantenido hasta hoy.

El régimen posterior a la guerra alcanzó su objetivo con muchas madres y a través de éstas, lo intentó con sus hijos -el miedo se mama de forma tan natural como el afecto o la leche- y consiguió, con una perversidad inhumana, que muchos asumieran el merecimiento de un castigo, por el doloroso hecho de ser víctimas.


domingo, 26 de septiembre de 2010

Retorno a la luz interior

Salgo de casa con prisa, pensando en la larga lista de cosas que tengo que hacer esta tarde. Trato de memorizarla en el ascensor pero mi hijo me interrumpe constantemente:
-¿Mamá, a dónde vamos?
-A comprar y... a dar un paseillo - improviso.
Sigo memorizando mientras salimos a la calle, pero mi hijo nunca se rinde y espera más, mucho más. A ratos me desespera pero lo comprendo; mis planes no concuerdan con sus deseos.
-¿Mamá, a dónde vamos?
-A comprar...
-¿Y después?
Siempre después, incluso cuando se está divirtiendo pregunta qué sucederá después, sabiendo que los momentos preciosos no son eternos. Me doy cuenta de que no disfruta plenamente el momento porque piensa que tarde o temprano acabará y necesita buscar un sustituto que le evite el dolorcillo de la fustración. Es algo que debería corregir si supiera cómo hacerlo.
-Si terminamos pronto te llevo al parque.
La luz de la ciudad ha cambiado cuando salimos del supermercado, comienzan a iluminarse las primeras farolas y la prisa de los transeúntes se hace más evidente. No hemos terminado pronto pero vuelo hacia el parque cargada con varias bolsas y arrepentida de mi promesa.
Por fin llegamos y miro a mi alrrededor, perpleja. El parque está vacío; de repente se ha convertido en un lugar oscuro, melancólico, irreal. Las farolas irradian una luz triste y pobre, que no alcanza a alumbrar los rincones habitados por risas en otros días. Me doy cuenta del paso del tiempo, ajeno a nuestros intereses. Es el otoño, que me sorprende en mi desconcierto e incluso se atreve a tocar mi hombro para mostrarme el ligero crujido que acompaña al remolino de hojas secas, colillas y bolsas de plástico. Sabía que estábamos en otoño pero aún no lo había percibido, tan acostumbrados como estamos a que se sucedan las estaciones, huérfanas de sensaciones, en nuestra rutina diaria al otro lado de la naturaleza. Entonces noto en mi mano la presión de la mano de mi hijo que observa lo que yo observo y siente lo que yo siento, aunque no le ponga tantas palabras.
Ninguno de los dos hablamos pero decidimos que ha llegado la hora de volver a casa. Caminamos pensativos mientras sentimos cómo el frío quiere darnos alcance y sonrío al recordar el calor derrochado a raudales durante el verano, como si nunca más nos fuera a hacer falta. Solemos malgastar con una facilidad intolerable todo lo que aparentemente cuesta poco, o nada...el calor, el agua, las palabras...
En cuanto llegamos a casa me asomo a la ventana y veo las primeras señales de otoño, hasta ahora no descubiertas. Mi hijo juega confiado, aunque dudo que haya podido desprenderse de lo vivido hace unos momentos. La lamparita encendida me reconforta y comprendo que de nuevo llegó el momento de mirar hacia adentro, de mirar hacia la luz interior interior.




viernes, 17 de septiembre de 2010

Subterfugio III: La ciudad

"Torres Blancas". Antonio López

"Cada ciudad puede ser otra
cuando el amor la transfigura,
cada ciudad puede ser tantas
como amorosos la recorren."

Mario Benedetti

Siempre quise vivir en una ciudad, en una gran ciudad. Las grandes ciudades son capaces de provocarme los sentimientos más encontrados en la mínima fracción de tiempo en que un semáforo pasa al rojo o se desvanece el sonido de una sirena.
La ciudad tiene la facultad de ajustarme unos grados a ese concepto tan difuso y necesariamente subjetivo que todos tenemos de nosotros mismos. Me siento más yo, más libre, más sola o más acompañada, más interesante o más estúpida. Me gusta observar a la gente; de pequeña era una experta observadora pasiva de una realidad que no me pertenecía. Ahora practico este ejercicio sólo de vez en cuando y no hay mejor lugar para hacerlo como en una avenida rodeada de una multitud desconocida: observar rostros, poder reconocerte en la mirada infinita de un segundo de alguien que sabes que es como tú, y que seguirá avanzando en sentido contrario hasta desparecer en una neblina gris de humo. En otros momentos puedes deslizarte al lado de gente que no te ve, para quién eres transparente y que hacen cuestionarte si verdaderamente existes. No les culpo porque yo, a veces, he chocado con un lugar que parecía ocupado por aire y del que salía una voz que me increpaba o me pedía disculpas.
El sonido de la ciudad es especial y complejo, a ras de suelo sólo percibes ruidos infames, insoportables, pero si prestas la atención suficiente sientes como ascienden, transformandose arriba, justo donde terminan los edificios más altos, en una sinfonía reconfortante que nos es devuelta.
La luz como suma de infinitas luces es uno de los mayores atractivos que tienen las grandes ciudades; la hora del crepúsculo tiñe el cielo de un matiz eléctrico que se refleja en la riada de luces blancas y rojas de los faros de los coches, dando la sensación de un cuadro impresionista, puntillista o fauvista, según las experiencias del ojo que lo percibe. La ciudad es una maestra del claroscuro, utiliza la pincelada de forma excesiva para cegarte con la luz y el lujo de un escaparate para después pasar al callejón más negro, donde apenas percibes la silueta de una sombra sentada en el suelo que apenas te ve, ya que sólo dirige su mirada al movimiento casual de los dedos de tu mano, esperando que dejen alguna moneda en su cajita de cartón sucia.
Una ciudad puede ser un pretexto para observar sin ser visto, como cuando tenía siete u ocho años y miraba descaradamente la vida de los demás, a través de las ventanas de persianas alzadas y luces encendidas pensando que la hierba del vecino siempre era la más verde.
Ahora existen multitud de ventanas para ver y para ser vistos... yo, por si alguien insatisfecho con su particular percepción de la realidad lo necesitara alguna vez, suelo dejar la ventana del salón abierta y una cálida luz encendida.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

El interés por lo bello desde todas las perspectivas posibles forma parte de la naturaleza humana. Los bebés, desde muy pequeños muestran preferencia por rostros y objetos bellos; eligen piezas musicales clásicas y disfrutan con ellas. Tienen una enorme capacidad de expresión que observamos a través de sus dibujos, construcciones, movimientos corporales y que se hace aún más evidente cuando comienzan a utilizar el lenguaje. Desde todos sus sentidos nos demandan estímulos para disfrutar con lo que los adultos denominamos cultura. Sin embargo, con el paso de los años este interés se va diluyendo, y lo que podía haberse convertido en una capacidad para el arte termina en un mero interés, y ésto en el mejor de los casos, poquísimos casos.
Desde la enseñanza en las escuelas y en los hogares se ve que nos hemos propuesto acabar con la cultura (me sirvo del oportuno título de un libro de Woody Allen). Las nociones artísticas de los planes educativos son lamentables, en los que está claro que uno de los principales objetivos es cercenar la creatividad y la imaginación de nuestros niños. Las clases de plástica o música, salvo excepciones, solo sirven para reproducir modelos, no para descubrirlos, crearlos, amarlos u odiarlos... y sentirlos, por supuesto.
Dado el fracaso educativo y de valores de nuestra sociedad y que asumimos con una naturalidad escandalosa, más nos valdría dejar a un lado tantos contenidos, materias, refuerzos, clases particulares y complementarias y probar con una enseñanza que nos acercara más a la naturaleza y a la expresión de nuestros sentimientos. Seguro que nos llevábamos una sorpresa. Tampoco se perdería tanto; cada curso terminan su enseñanza obligatoria riadas de alumnos semianalfabetos y desde luego, sin ninguna sensibilidad artística.
Otra manera de acabar con la cultura es intentar eliminar de un plumazo a toda una generación de artistas y creadores. Me refiero a la Generación del 27, perseguidos, exiliados, muertos de tristeza e injusticia, maltrechos por la enfermedad y asesinados de forma indigna, cruel y cobarde.
Soy maestra, y en cada una de las clases por las que he pasado construyo una especie de "altarillo" dedicado a ésta y a otras generaciones que nos han dado lo mejor que podamos recibir: la capacidad de alimentar nuestro pensamiento y nuestra alma, disfrutando plenamente con ello. Lorca siempre está presente rodeado de color, dibujos y flores pintadas por niños. Es una especie de protesta muda que reivindica que así no se puede acabar con una persona, con un poeta.


La Argentinita y Federico García Lorca, al piano.

domingo, 22 de agosto de 2010

Subterfugio II: Gallinas versus gatos.

Desde hace ya varios años paso parte del mes de agosto en una casa de campo situada en uno de los maravillosos e increíbles parques naturales de la provincia de Jaén. Durante unos días vivo rodeada de gente querida, inevitables insectos, gallinas y gatos.
El tiempo en el campo tiene otra media, ajena completamente a mis parámetros, adquiridos a lo largo de muchos años sujetos a horarios preestablecidos, artificiales, rígidos y completamente apartados a los de la naturaleza, tan lógicos y simples. De repente, una hora te parece lenta e interminable, y un día entero se te fue como si de segundos se tratara.
En esas horas lentas me dedico a observar el entorno, que es tan variado que comprendes que necesitarías muchas de esas horas interminables para analizarlo todo y aún así sólo descubrir una minúscula parte del todo, más bien una ínfima parte de una minúscula parte.
Las gallinas me parecen unos animales algo extraños, que te miran por el rabillo del ojo mientras se alejan en dirección contraria a la tuya. Viven en comunidad, normalmente bien avenidas, comen, picotean, cacarean alguna vez y poco más. Tienen una vida simple, cómoda y rutinaria. La comida y techo asegurado a cambio de poner algún huevo, a veces a cambio de la vida de alguna de ellas, pero ni siquiera son conscientes de que ésto ocurra. Eso sí, tienen limitados los horarios y el territorio, otro precio que pagan, pero parece no importarles demasiado.
A los gatos los vemos como animales libres e independientes, y lo son. Viven a su aire, van y vienen cuando les place y no intentes buscarlos porque no los encontrarás hasta que ellos lo decidan; sin embargo, su vida no es tan fácil, observando el deterioro físico de la mamá-gata por nosotros llamada "Misi" en los dos últimos años. Supongo que no es fácil cazar algún ratón o pájarillo despistado y cuando habitamos la casa, se planta debajo de la ventana a maullar sin ningún pudor y dejando a un lado su atávico orgullo felino, pidiéndonos las sobras de nuestra siempre excesiva comida de humanos.
Supongo que todos tenemos algo de gallinas y algo de gatos, en mayor o menor medida. Sin embargo, buscaremos algún pretexto para justificar nuestra vida cómoda y doméstica y alguna excusa por no vivir de manera totalmente independiente, arriesgando lo previsible en busca de una mayor dosis de libertad.




martes, 10 de agosto de 2010

Fuentes

¿De qué fuentes beben nuestros niños?
En el vertiginoso mundo en el que vivimos quizá no estamos compartiendo con ellos el tiempo y la dedicación que necesitan. Sustituimos padres por abuelos, guarderías, aulas matinales...; sustituimos cuentos y canciones por interminables horas ante el televisor; las tardes de merienda, deberes y juego por un exceso de clases complementarias. Creo que el ser humano se adapta fácilmente a todo y si no puede adaptarse lo que modifica es el entorno para adaptarlo a sus necesidades, pero no sabemos aún qué consecuencias tendrá este tipo de vida en las generaciones futuras y qué sociedad nos encontraremos en un par de décadas.
Se da la paradoja de que, al menos en occidente, los niños son un bien escaso, precioso, niños solos que viven rodeados de mayores y de tecnología, flores de invernadero que en muchas ocasiones sólo han pisado el barro o la hierba en el "residencial". Algunos no han bebido más agua que la embotellada.
Las fuentes de las que deben beber son muy sencillas: el amor, el juego compartido, el contacto con la naturaleza, la recompensa al esfuerzo... y todo ésto dentro de un entorno social cuyos valores positivos se conviertan en el aire que respiran.
El niño de la foto, al menos un día bebió en una fuente agua de verdad, en un pueblo tan bonito, que parecía de mentira.


Fuente del Estanco. Frigiliana


domingo, 18 de julio de 2010

La indiferencia



La ignorancia y la indiferencia son dos males que dañan el alma de las personas y por tanto a la sociedad. Decidir qué es peor sirve de poco, quizá, en el caso de la ignorancia podamos buscarnos una excusa, echando balones fuera; los planes educativos que no funcionan, no poner en valor el esfuerzo, la escasa divulgación de la cultura y el arte en los medios de comunicación... En el caso de la indiferencia, la responsabilidad recae en la conciencia individual de cada uno de nosotros. Ser indiferente ante el dolor o la injusticia es algo que simplemente no nos deberíamos permitir y aún, no siendo indiferentes, tendríamos que plantearnos tomar una actitud más activa y comprometida ante la indiferencia de los otros.


"No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves

no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un lugar tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo

pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo

y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas

entonces
no te quedes conmigo."

Mario Benedetti.

miércoles, 14 de julio de 2010

Tener un hijo.

Tener un hijo es el suceso más trascendente en la vida de todo ser humano. Cuando nace, incluso antes, sientes una ola enorme de amor que se va acercando poco a poco hasta que entra en ti y te llena, te inunda... y de tan inmensa no la puedes contener y comienzas a rebosar amor y ternura, sonrisas, leche y lágrimas.
Siempre se habla del sacrificio y la entrega de una madre, de un padre, y es cierto, pero quizá no pensamos tanto en lo que recibimos. Recibimos la felicidad más absoluta, el amor más natural y auténtico, la ilusión renovada cada día. Tenemos la oportunidad de volver a la infancia desde la madurez y la perspectiva de los años, desde la objetividad que le añade el valor del análisis y la reflexión. De esta manera volvemos a disfrutar de las horas "perdidas" en el parque, del barro, las piedras. Recuperamos la capacidad para jugar, de descubrir lo ya mil y una veces descubierto; releemos los cuentos, que ya no son los mismos porque nuestra visión de las cosas ha cambiado y encontramos en ellos juicios, convenciones, lugares comunes... pero da igual porque sabes que el efecto que causa en tu hijo es el mismo que causó en ti hace muchos, muchos años...Tener un hijo te enseña, cada día, que los demás también tienen hijos, o que al menos son hijos, y ésto te acerca un poco más a la humanidad.





martes, 13 de julio de 2010

Equivocarse





"Niños jugando a las bolas"

Antonio López










Los niños aprenden de forma constante y natural, equivocándose. No existe otra manera de hacerlo, especialmente si aprenden por ellos mismos, experimentando, ensayando, manipulando... Para ellos equivocarse forma parte de sus vidas, como el juego. Sin embargo cuando crecemos no aceptamos de buen grado el error. Está lleno de connotaciones negativas que hemos ido acumulando a lo largo de los años y después de oír hasta hartarnos, ésto no se hace así, te vas a caer, te vas a equivocar. Puede darse el caso de que ante el miedo a "meter la pata" prefiramos no actuar y quedarnos pasivos, inertes y absolutamente frustrados. Es necesario huir de esta situación y valorar la importancia constructiva del error que nos permite revisar las propias equivocaciones para poder aprender de ellas.
Descartes, desde el racionalismo, decía en su célebre cita :"Pienso, luego existo". Un empirista como Hume diría: "Siento, luego existo"...
Yo propongo que digamos, si alguna vez nos ocurriera: "Me equivoco, luego existo".


miércoles, 7 de julio de 2010

Melocotones y "dolce far niente".

Estos dos "conceptos" los asocio inevitablemente al verano, pero no a cualquier verano, sino a aquellos veranos que se hacen inolvidables por sus experiencias y, sobre todo, por sus sensaciones.
El verano es la estación del año que más disfruto, con la que más me identifico. Es la estación en la que esperamos que todo suceda, aunque en la mayoría de las ocasiones nuestras expectativas son demasiado elevadas. No hay que esperar tanto; lo que hay que hacer es experimentar y sentir, ahora que tenemos algo más de tiempo para nosotros y la complicidad del calor agudizando los sentidos.
Quizá el melocotón sea la fruta que mejor representa al verano porque la puedes disfrutar desde casi todos los sentidos. A su color, delicioso sabor e intensa fragancia, le puedes añadir la suavidad aterciopelada que se experimenta al tacto.
Otra de las maravillas que sólo me permito en verano es el "dolce far niente", el resto del año es imposible, sólo con pensarlo me pesa en la conciencia. Ahora sí, basta con unos minutos para que sea un momento absolutamente reparador. No es como la siesta; en la siesta haces algo más o menos necesario: dormir. Lo otro es el abandono, es tratar de no pensar, es tumbarte en la cama y concentrarte en el movimiento suave e irregular de una cortina, en las oscilaciones del ventilador... es observar un rayo de luz que entra por la persiana y se refleja en la pared, haciendo visible durante unos segundos una mota de polvo como si se tratase de un cuerpo celeste, en el espacio, que poco después desaparece para siempre. Entonces pienso en la gran cantidad de cosas, personas, que existen y que no vemos porque no hay un rayo de sol para ellas. Pero esto no vale, esto ya es pensar. Ahora atrae mi atención el sonido de las cigarras que cantan al calor y se atreven a habitar los árboles de las ciudades.
¡Ana! Aparece una voz que me requiere y arranca de mi abstracción. Casi siempre es mi propia voz que me recuerda que tengo que volver a hacer, que volver a pensar... hasta que logre encontrar otro momento, tal vez mañana.

domingo, 13 de junio de 2010

Subterfugio I: El germen.

Hace ya casi una década tuve un sueño. Era una tarde de junio de un calor intenso pero todavía soportable. Entonces trabajaba en un pueblo de la provincia de Jaén y conducía a diario y sola, que es como más me gusta, porque es el momento en que más cerca estoy de mí misma y me permite pensar sin que nadie lo perciba o cantar a viva voz sin que nadie lo escuche. El único inconveniente a este momento tan sublime es que mi coche de entonces no tenía aire acondicionado; después de conducir cuarenta y cinco minutos a pleno sol, llegaba a casa medio muerta, agotada por el calor.
Aquel día malcomí, me tendí en el sofá y entré en un profundo sueño de forma casi instantánea; el despertar, sin embargo, fue lento y confuso, tardé en reconocer el lugar donde me encontraba y a lo lejos escuchaba una voz que pronto identifiqué como la radio que estaba conectada. Me espabilé de golpe al recordar lo que había soñado: SUBTERFUGIO, ese fue mi sueño... Nunca había soñado con una palabra; sí con frases, conversaciones... pero con una palabra no.
Se trataba de un sueño incómodo, y aunque no recordaba nada más, tenía esa sensación de malestar que te producen algunos sueños.
Cuando logré recuperar cierta compostura fui a consultar el diccionario, en concreto un diccionario enciclopédico que contiene en cada página la biografía de escritores, artistas, políticos, etc...
Encontré la palabra subterfugio: "Excusa, evasiva. Pretexto artificioso que se utiliza para evadir un compromiso" ¿Por qué este sueño? Mientras le daba vueltas al significado pasaba las páginas de la enciclopedia sin mirar, distraidamente, cuando descubrí la biografía del escritor Juan Rulfo y comencé a leerla. Mientras tanto en la radio entrevistaban al escritor Mario Vargas Llosa. Yo oía la entrevista sin apenas prestarle atención, todavía confusa por el sueño y por mi interés cada vez más creciente hacia la vida y obra del escritor mexicano. Fue entonces cuando Vargas Llosa dijo que decidió hacerse escritor el día que leyó "Pedro Páramo" de Juan Rulfo, lo sorprendente es que pronunció el nombre de la novela justo en el mismo momento en que yo lo leía.
Me quedé completamente paralizada, me sobrecogió esa ¿casualidad?, esa sincronía perfecta...Demasiado complejo, imposible que fuera fruto de la casualidad.
Al día siguiente fui a la biblioteca y busqué libros de Juan Rulfo ("Pedro Páramo" y "El llano en llamas"), los leí rápidamente esperando encontrar algún tipo de señal, de mensaje oculto esperándome para que yo pudiera darle algún sentido...encontrar una causalidad.
Nada. Hace tiempo comprendí que cuanto más buscamos menos encontramos. Más bien son las cosas increíbles y sorprendentes las que nos encuentran a nosotros.

"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera..."

"Pedro Páramo". Juan Rulfo

martes, 1 de junio de 2010

La primavera

Desde la antigüedad la primavera suponía el comienzo de un nuevo ciclo en la vida de plantas y animales, hombres y mujeres. Tras la introspección del invierno, llegaba el momento de abrir paso a la luz, dejarnos rodear por aire nuevo y abandonarnos, sin remedio, a la vida.
En muchas ocasiones relacionamos los cambios en nuestra vida con grandes momentos: mudarnos de casa, encontrar un nuevo trabajo, iniciar o finalizar una relación; otras, esperamos que esos cambios se produzcan a causa de fuerzas vivas ajenas a nosotros como el comienzo de un nuevo año o la sucesión de las estaciones.
Sin embargo, las grandes transformaciones se inician sin darnos cuenta, quizá por un hecho aparentemente insignificante que permanece latente durante años y que un día madura y quiere expresarse. Es entonces cuando notamos una voz interior que le dice a los sentidos, al sentido, despierta.


Igor Strawinsky, "La consagración de la primavera" (1913).